martes, 1 de abril de 2014

Monstruos, peces y parásitos

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(Actualización de las entradas publicadas en 2010 y 2012.)

Uno de los aspectos más llamativos de la divertida película Monstruos, S.A., o Monsters, Inc., es la enorme variedad de seres monstruosos que pueblan la ciudad de Monstruópolis; aparentemente, no existen en ese mundo dos seres iguales. En una escena de la película podemos ver a una de esas criaturas comiendo en un restaurante: Se acerca un trozo de comida a la boca y, cuando parece que lo va a engullir, de su boca asoma un monstruo más pequeño que se lleva el bocado. Esta monstruosidad, en todos los sentidos de la palabra, parece salida directamente de la desbordante imaginación de los guionistas; sin embargo, es uno de esos casos en los que, como decía Oscar Wilde, la Naturaleza imita al Arte.



En las aguas costeras del Pacífico americano, desde el golfo de California, en México, hasta el golfo de Guayaquil, en Ecuador, y a profundidades de hasta sesenta metros, habita un pequeño crustáceo llamado Cymothoa exigua, perteneciente al orden de los isópodos, cuyo representante más conocido es la cochinilla de la humedad o bicho-bola. Cymothoa exigua es un parásito de varias especies de peces: pargos, corvinas, roncos y tinícalos.

Los machos, de hasta un centímetro y medio de largo y siete milímetros de ancho, viven en las agallas de sus huéspedes, pero las hembras son más osadas (y más grandes): Las hembras, que alcanzan casi los tres centímetros de longitud y centímetro y medio de anchura, se aferran a la lengua de sus víctimas para chupar su sangre.

Sabemos poca cosa del ciclo vital de este crustáceo. Parece que las larvas viven libremente en el mar hasta que encuentran un pez que pueda servirles de huésped. Entonces se agarran a las agallas y se convierten en machos. Según van creciendo, los machos se transforman en hembras. Se supone que el apareamiento tiene lugar en las agallas del huésped. Después, la hembra se abre camino hasta la boca del pez y se ancla en su lengua.

La forma de vida de este crustáceo, aunque desagradable desde nuestro punto de vista, no tiene nada de particular; hay muchas otras especies de parásitos de costumbres similares. Salvo que Cymothoa exigua, en algunas ocasiones, da un paso más en la relación con algunos de sus huéspedes, los pargos, peces de hasta noventa centímetros de longitud que habitan en los arrecifes entre México y Perú.

Se ha observado que cuando una hembra de Cymothoa exigua chupa sangre de la lengua de un pargo, ésta termina atrofiándose, a la vez que el parásito crece. Y cuando la lengua del pez ha quedado reducida a un muñón, se produce en el crustáceo un cambio de comportamiento sorprendente: deja de chupar sangre, vuelve la cabeza hacia el exterior y se aferra al muñón de lengua y al fondo de la boca del pez con sus ganchudas patas traseras. A partir de entonces, Cymothoa exigua ya no se alimentará de sangre, sino de las mucosas y de las partículas que flotan en la boca de su huésped. Pero lo más sorprendente es que el pargo es capaz de utilizar al crustáceo, que ha crecido hasta alcanzar el tamaño y la forma de su lengua original, como una prótesis para sustituir a esa misma lengua. Es el único caso conocido en el reino animal en el que un parásito reemplaza funcionalmente una estructura de su huésped.

De hecho, no se puede hablar ya de parasitismo, sino que la relación se ha convertido en simbiosis. Cymothoa exigua cubre una necesidad del pargo al servirle de lengua, aunque sea una necesidad que el mismo crustáceo, con métodos que podríamos denominar mafiosos, ha creado.

Pez luna (Per-Ola Norman, 2009)
Parece que los pobres pargos no tienen forma de defenderse del ataque de este parásito. No existe para ellos un equivalente de los picabueyes, esos pájaros que se posan sobre el lomo de los grandes herbívoros africanos, como rinocerontes, antílopes, bueyes..., y les arrancan los parásitos que se alojan en su piel. No existe para los pargos, pero resulta que un fenómeno parecido se ha documentado hace muy pocos años para otros peces, los peces luna. Y digo documentado, porque los biólogos marinos ya sospechaban, al menos desde mediados del siglo XX, que algo ocurría entre los peces luna y los albatros, pero las escasas observaciones realizadas siempre se habían frustrado por la espantada de las aves.

Los albatros, que constituyen la familia de los diomedeidos, son las aves voladoras de mayor envergadura; pueden alcanzar hasta tres metros y medio de punta a punta de las alas. Son aves marinas que habitan en los océanos Índico y Pacífico, y en el sur del océano Atlántico, y aprovechan los vientos para recorrer grandes distancias. Se alimentan de calamares, peces y crustáceos, y anidan en colonias en islas remotas. El pez luna (Mola mola), por su parte, es uno de los peces óseos más grandes del mundo; pueden llegar a medir tres metros de longitud y pesar dos toneladas. Habita en todos los mares cálidos y templados del mundo, y se alimenta principalmente de pequeñas medusas.

Albatros de Laysan
(John Klavitter/U. S. Fish and Wildlife Service, 2011)
En junio de 2010, varios investigadores a bordo del buque Oshoro Maru de la universidad japonesa de Hokkaido estaban observando un banco de 57 peces luna en el Pacífico norte. Los 57 peces estaban alineados y nadaban en la misma dirección, con la punta de la aleta dorsal sobre la superficie del agua. Casi todos ellos estaban infestados por el copépodo Pennella. Los copépodos son crustáceos que forman parte del plancton; suelen ser de pequeño tamaño, pero Pennella es el mayor de ellos, y puede medir hasta treinta centímetros. Las hembras, una vez fecundadas, se convierten en parásitos de cetáceos y grandes peces; en esa fase de su vida incrustan la cabeza en la piel de su huésped y arrastran tras de sí el cuerpo, un simple saco carnoso, sin patas ni caparazón, de donde se van liberando los huevos.

Pues bien, los científicos se dieron cuenta de que los peces luna se dirigían hacia un albatros de Laysan (Phoebastria immutabilis) y trataban de llamar su atención nadando de lado a su alrededor. Al poco tiempo, el albatros comenzó a arrancar los parásitos de la piel de los peces y, poco después, otros albatros, algunos de la misma especie, y otros patinegros (Phoebastria nigripes) se unieron al festín. Un ejemplo perfecto de mutualismo, ese tipo de simbiosis en el que todos salen beneficiados. En este caso, el albatros consigue alimento y el pez luna se libra de los parásitos.

Picabueyes piquirrojo (Buphagus erythrorhynchus)
sobre un búfalo cafre (Thomas A. Hermann
/U.S. National Biological Information Infrastructure, 2002)
A propósito, ya que he hablado de los picabueyes, no quiero terminar sin aclarar que no son tan buenos como parecen: Además de comerse los parásitos, con sus picotazos mantienen heridas abiertas para alimentarse de la sangre de sus huéspedes. Y, por si esto fuera poco, también les comen los mocos y la cera de los oídos, y les arrancan el pelo para forrar sus nidos. El mutualismo va camino de convertirse en parasitismo. Un ser vivo siempre termina aprovechando todos los recursos a su alcance. Así, con el paso de los milenios, un desparasitador puede terminar convirtiéndose en un vampiro, o en carnívoro. Les das la mano y se toman el brazo.

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