sábado, 8 de agosto de 2009

300 años de la primera presentación pública (con éxito) de un aerostato


73 años antes de los hermanos Montgolfier, fue el sacerdote jesuita y naturalista portugués Bartolomeu Lourenço de Gusmão (1685-1724), el primero que construyó un artilugio capaz de elevarse en el aire por sus propios medios.

Cuenta la leyenda que fue la observación de una pompa de jabón elevándose al pasar sobre una vela la que le hizo pensar en la posibilidad de construir un aparato volador más ligero que el aire.

El 19 de abril de 1709, Gusmão obtuvo del rey Juan V el privilegio de patente para su "instrumento de andar por el aire", capaz de recorrer mil kilómetros en un día. La presentación del aparato estaba prevista para el 24 de junio de ese mismo año, onomástica del rey, pero fue retrasada por la enfermedad de éste.

Por fin, durante el mes de agosto, de Gusmão organizó cinco demostraciones ante la nobleza portuguesa con globos de pequeño tamaño. En la primera, realizada en el interior del Palacio Real el 3 de agosto, el globo se incendió antes de despegar. En la segunda, dos días más tarde en otra dependencia del palacio, el globo se elevó cuatro metros antes de que dos lacayos, creyendo que el alcohol usado como combustible iba a prender fuego a los cortinajes, lo hicieran caer con bastones. En la tercera, al día siguiente, el globo se elevó pero se quemó en el aterrizaje. La cuarta demostración, el 7 de agosto, fue la primera que se hizo al aire libre, en el Terreiro do Paço (hoy plaza del Comercio); el globo se elevó a gran altura y minutos después se posó lentamente. Al día siguiente, 8 de agosto, en la sala de embajadores de la Casa de Indias, ante los reyes, el nuncio apostólico (futuro papa Inocencio XIII) y otros miembros de la corte portuguesa y del cuerpo diplomático, el globo subió hasta el techo y descendió con suavidad.


Tras estas demostraciones, Bartolomeu Lourenço de Gusmão, apodado desde entonces "el padre volador", comenzó la construcción en secreto de una versión tripulada de su invento, que bautizó con el nombre de Passarola ("pajarona"). Los planos originales se han perdido, y las fantasiosas ilustraciones que se conservan proceden de los planos falsos elaborados por el hijo del marqués de Fontes, alumno del sacerdote, para despistar a los curiosos. La Passarola, tripulada probablemente por su inventor, despegó por fin de la plaza de armas del Castillo de San Jorge de Lisboa y aterrizó en el Terreiro do Paço, a un kilómetro de distancia.

Pese a estos éxitos, el aerostato no fue considerado útil ni importante. Se temió que los globos, arrastrados por el viento sin ningún control, pudieran provocar incendios, y el invento fue abandonado. Así se retrasó casi 100 años el desarrollo de la aeronáutica.

Estos acontecimientos están descritos, con más arte pero con menos rigor científico, en la novela Memorial del convento, del escritor portugués José Saramago.

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